domingo, 13 de enero de 2013

Amores amontonados

Estaba yo sentada, tomando de la mano a mi amor, viendo en escena a mi primer amor.  Él cantaba para su amor actual, mientras hacía los mismos movimientos que daban tanta risa a su primer amor. Al otro lado de la mesa, escribía desde su celular a su amor actual una amiga mía, cuyo primer amor estaba sentado junto a mí. Mi amigo tiene su primer amor muy lejos de aquí, donde su hija, también primera.  Su amor actual está igual de lejos, esperando que él vuelva.

Sonaba la música, la voz se oía dulce, agradable, pero apenas se distinguía una que otra palabra.  Así de confuso es quizás menos contundente pero más abierto.  Todo cabe y lo que no, es difícil comprobar que no corresponde.

De pronto, vi entrar a una chica- el primer amor de mi amor- con los ojos llorosos porque acababa de despedir a su amor actual, que es al mismo tiempo el reencuentro de su primer amor.

sábado, 7 de mayo de 2011

Mendigando

La había visto prácticamente tres veces por semana en mi camino a mi anterior trabajo, arrugadita, pequeñita y encaramada sobre el pavimento, en un sitio donde el sol seguramente la alcanzaba al mediodía, pero nunca la vi después de las ocho de la mañana.

Siempre me ha intrigado la rutina de los mendigos. No me imagino cómo deciden levantarse para salir a pedir dinero, o qué distancias recorren para llegar a los barrios donde ya tienen estudiado que les va mejor a cierta hora del día. ¿Alguna vez se les quedan dormidas las piernas de estar tumbados en el piso?

Viernes, 8 de la mañana, después de una noche de jueves en la que me pasé la cena completa siendo ignorada por el amigo que me pidió acompañarlo. Andaba creativa y bastante inconforme. Decidí llamar a mi jefe y pedirle que me diera permiso de hacer un experimento que era muy importante para mí. Le prometí compensar el tiempo que me retrasara con el doble de horas, durante la siguiente semana. "Bueno, supongo que de verdad es algo importante, está bien."

Me senté junto a la viejecita y traté de encaramarme como ella, pero mi espalda no aguantó mucho así que terminé apoyándome sobre la pared. Ella no se percató de mi presencia, no sé si estaba dormida y su brazo ya estaba evolucionado para sobrepasar el cansancio. Aguanté dos horas solamente porque me invadieron las ganas de ir al baño. Además me exasperó que tanta gente pasara sin decir buenos días o por lo menos encontrarnos decorativas. Terminé agradeciéndole a la vida no haber tenido que ser mendiga, lo habría hecho muy mal.

jueves, 7 de abril de 2011

¡Me han despedido!

Llegué a la oficina después del temblor. Mi oficina ya era una con la naturaleza, se había caído una de las paredes y el viento primaveral se colaba por todos lados, haciéndonos estornudar por el polvo y el pólen mezclados irreverentemente. Mi jefe se acercó a mí para decirme que ahora tendríamos menos lugares y entonces sería necesario fundir los puestos. El mío sería compartido con la recepcionista, el del chofer con la mercadóloga, el de la asistente de dirección con el del contador y el del abogado con el del jardinero. Tomé pues mis cosas y pasé a la recepción por la mitad de las cosas de la recepcionista, para salir de la oficina, airosa y con ganas de tener ya motivos para utilizar mi nueva engrapadora.

viernes, 21 de enero de 2011

Un vecino en mi buzón

Esta colonia parece tan tranquila, uno se encuentra a la misma gente una y otra vez. Los albañiles se aburren de gritar cosas después de varios días de ver a la misma chica cruzar frente a la construcción. Los conserjes ya esperan el saludo y los meseros sonríen desde atrás del mostrador.

De vez en vez, surge alguna facha diferente y entonces una tiene oportunidad de cruzar miradas con alguna nueva faz. Ayer me sucedió. Se trataba de un vecino que jamás había visto. Es que llegué más temprano que de costumbre. Era un chico alto, trigueño, muy atractivo. Algo en él me inspiró sonreírle, pero no me devolvió la atención. Se quedó serio y luego esquivó mi mirada. Me seguí de largo, por supuesto. Abrí mi puerta y me perdí de su vista.

Esta mañana llegó el conserje a preguntarme si podría ser mía cierta carta que había aparecido en el buzón. Era una nota que decía "hay sonrisas tan bellas que no sabes qué hacer cuando las recibes, la tuya fue una, ojalá pueda compensarte por lo de ayer". Se me hizo tan extraño como fascinante. No me dejó datos, cosa que, en cierto modo, me encantó. Me hace pensar que él volverá a buscarme alguna vez.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Denuncia criminal

Como a las 4 de la tarde, cuando yo estaba ya en el autobús rumbo a casa de mis padres, me llamaron de emergencias para saber si la policía había acudido a atender mi denuncia. Desdichadamente, tuve que irme antes de ver si se había solucionado el incidente. El auto seguía ahí cuando volví a pasar, pero ya no se escuchaban los gritos de la mujer que tiempo antes pedía ayuda.

Me quedé con tremenda inquietud. Si la mujer no había sido auxiliada, quién sabe qué sería de ella después. Yo no podía asomarme para decirle al tipo que dejara de maltratarla, habríamos sido dos mujeres golpeadas.

Llamé al día siguiente a la policía para pedir informes sobre mi denuncia y no supieron qué decirme. A los dos días, muy extrañamente, volví a recibir llamada del cero seis seis para preguntarme si el auto seguía ahí y si se veía algún rastro de que alguien hubiera estado ahí hacía poco. Tuve que pedir a mi conserje que se asomara a ver si podía darme alguna pista. Al parecer, el auto era el recinto oficial donde se reprendía a las prostitutas que hacían menos de la cuota mínima semanal. Según leí poco después en el periódico, se trataba de mujeres de narcotraficantes que habían sido secuestradas a manera de rehenes productivos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Sobredosis

Esta vez estuvo a reventar la función del domingo en la noche. ¿Quién entiende a las masas?

Llegué al teatro, sola, como suelo llegar a los lugares. Fui directo a la taquilla para pedir mi entrada de cortesía y me encontré con que ya no había espacio en el teatro, la sala estaba completamente llena. Incluso había más de diez personas que no habían alcanzado lugar. Ocho se habían ido, dos seguían ahí. Me indicó el poli de la entrada quiénes eran los que no habían podido entrar y fui a saludarlos e invitarlos a adquirir boletos para otra función.

Annie, inglesa. Robbie, polaco. La pareja estaba viajando y la casualidad nos llevó a los tres a Insurgentes al mismo tiempo. El viernes anterior, les había entregado volantes y habían decidido ver algo de teatro mexicano. Annie era escultora y solía inspirarse en el teatro para sus creaciones. Aseguraba que no había mejores modelos que los dinámicos, los que no sólo hablaban de formas sino que además sugerían el rumbo de la evolución. No le gustaban las piezas estáticas e inertes y por eso su obra consistía en fugas por doquier, como si la propia obra se escapara de sí misma para existir en los sentidos de sus observadores.

Poco supe de Robbie, pero con la historia de Annie me era suficiente para darles pases de cortesía, más bien, pases gratis- la cortesía es una ambigüedad sobre la que no me interesa ahondar. Le comenté a la persona de la taquilla que esa pareja debía entrar. Ya no había butacas, no era posible meterlos. Iba en contra de las políticas del teatro. No podían ir otro día, ya no les quedaba tiempo en México.

Ni siquiera yo entiendo cómo pude hacer lo que hice, pero francamente no me arrepiento. Entré a la sala, busqué a una pareja que se viera de posición económica más o menos buena y les dije que nos parecía que se habían robado su auto. No indagaron en lo más mínimo ni me metieron en aprietos. Salieron apresuradamente y tuvieron que ir hasta donde estaba el lote baldío donde se habían estacionado todos los asistentes.

Annie, Robbie, adentro. El pretexto: Una pareja tuvo que irse porque los llamaron de emergencia por un tema familiar; no van a volver. Le pedí al guardia de la entrada que cerrara las puertas con el pretexto de que se alcanzaba a oír hasta adentro el ruido de los autos. Tampoco me puso peros el señor e inmediatamente cerró. Ya no supe si la pareja volvió o no. No pude quedarme porque no hubo espacio para mí y, por supuesto, no sé si Annie y Robbie disfrutaron la obra. Mucho menos sabré si Annie hará su obra maestra a partir de esa pieza teatral.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Mi cine frustrado

Invité a cuatro personas diferentes al cine porque esta vez no quería ir sola. Ninguna dijo que sí. Otro domingo por la tarde que parecía más víspera de lunes que fin de semana. No estaba dispuesta a que así fuera, iría al cine y me invitaría a mí misma para decirme que sí.

Fui a la muestra internacional en Casa de Arte. La película en turno era El amor de mi vida. Cuando ya nada más quedaba una persona en la fila antes de que fuera mi turno de comprar el boleto, la vendedora anunció que se habían agotado los lugares para mi función. No hay problema, compraré para otra función. Pero no había ninguna otra que ameritara sesenta pesos. Bueno, entonces iré a otro sitio, una librería estaría bien.

Supongo que me habré tardado mucho en decidir lo que haría porque justo antes de salir del edificio, me llamó la chica de la taquilla para hacerme saber que había otra muchacha queriendo comprar boleto para la misma función. Se trataba de una chica que había salido al cine para evitar llenarse la cabeza de grillos con su reciente rompimiento. No quería estar sola. Me extrañó tanto la advertencia de la vendedora que supuse que se trataba de algún caso importante, por lo que decidí invitar a la mujer a que cenáramos juntas para que ésa fuera una verdadera noche de domingo para ambas.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Mi vecino hindú

Vivo en una casa llena de extranjeros. Los hay con paso fuerte, con risas explosivas, con tele a volumen alto y otros calladitos que pasan piola. Hay uno que es hindú, tiene esa exquisita habilidad para controlar su cuerpo y una sonrisa arrolladora.
Llegó esta mañana porque escuchó que mi tele estaba prendida y yo intentaba mover el sillón para barrer los pétalos que habían caído del ramito de flores que yo me había regalado hacía una semana. Tocó la puerta y cuando pregunté quién era, se identificó como "el vecino que tiene que invitarte a desayunar". ¿Tiene que?, respondí, naturalmente. Sí, es que la leche está a punto de caducar y no quiero que se desperdicie. ¿Leche? De soya. Además, compré fruta y mañana me voy, alguien tiene que comérsela. Si he de regalártela, mejor que la comas conmigo, ¿no?
Abrí la puerta, incrédula. Cuando vi esos dientes extremadamente blancos llenando su enorme sonrisa, entendí que se trataba de un pretexto. Asentí y le pedí que pasara en lo que terminaba de recoger los pétalos caídos. Los metí en una bolsa. Él se preguntó si no tenía yo novio o marido, por aquello de las flores. No, no tengo, yo me las regalo porque me llevo bastante bien conmigo y de pronto me dan ganas de agradarme. Se rió.
Salimos, cargó mi bolsa de pétalos y fue a llevarla a la basura, como si supiera que no me gusta tener la basura esperando en la casa. Entramos a su departamento y, efectivamente, estaba el cartón de leche junto a la fruta. Me sirvió un vaso. Extendió después el brazo, alcanzándome una manzana que lucía deliciosa y finalmente me regaló un pan dulce de paquetito.
Acabando de desayunar, me dijo que estaba por irse de México y no le parecía no haber hecho ninguna amistad. En ese momento me conmoví muy sinceramente y le dije que me habría gustado acompañarlo más mañanas. Intercambiamos datos de contacto y nos despedimos. Me regaló la fruta, la leche y un par de latas.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Volanteando

No queríamos que se cancelara otra función por falta de audiencia. Decidí dejar la oficina para repartir volantes en la calle. La gente pasaba de largo, pero yo la perseguía para decirle suavemente "es de teatro". Entonces, volteaban y agarraban el papel, un poco avergonzados por habérsele escapado tan deliberadamente al arte.
Los repartí todos. Me sentía satisfecha de que en veinticinco minutos fueran ya quinientas personas más las que hubieran escuchado que el teatro seguía vivo. De pronto me topé con una señora a la que me habría encantado darle un volante. Era una mujer finísima, seguramente con una sensibilidad estética notable. Quería que se enterara de la obra pero no tenía más publicidad así que decidí acercarme para platicarle.
Señora, permítame caminar un poco con usted, es que la vi y no tengo volantes. Hay una obra de teatro, hermosísima, seguramente le gustaría. Digo, no la conozco, me refiero a usted, pero se nota su sensibilidad, quiero decir, que usted tiene muy buen gusto. No sé, por como ve las cosas, se nota que usted no sólo mira, sino que observa. A nuestra obra le vendría de maravilla tanta atención como la que usted podría darle. Es una obra breve pero muy hermosa. Tenemos descuentos de INSEN. Me refiero a que... puede llevar a sus padres o no sé, no creo que usted esté en edad de aprovechar ese descuento. Como sea, tenemos descuentos. Discúlpeme, quería ser breve. ¿Irá a la obra?